jueves, 22 de abril de 2010

Tejer un sueño

Cree la oscuridad que el paso firme puede debilitarse con la frágil rama del camino,
que la sombra oscura con la que los perros de la muerte nos rastrean
puede envolvernos hasta que muramos de miedo;
y no sabe que siempre hay manos de luz con alas divinas
que nos abrazan en el sosiego del centro de la rosa donde nace la armonía.
Allá donde las estrellas dan luz al vestido incesante de su titilar nocturno,
nace la esperanza que a cada momento nos fortalece,
el sustento etéreo que nos da más alimento que la propia vida;
donde la Luna, con su constante vaivén de rostro femenino,
nos concede el ciclo con el que fortalecer los pilares de la existencia,
haciendo que las mareas nos asombren con su danza,
en el mar interminable donde se sumergen a cada instante nuestros sueños.
Vivo feliz, ahora que descanso, en el reposo de la eterna búsqueda,
en ese infinito bosque que teje el mundo a cada instante,
poblado de arboledas furtivas, de enjambres que no son de algodón en rama,
sino de hierros oxidados y de amenazantes bloques de cemento armado.
Canto con versos de aurora, con estribillo de canto de ruiseñor,
con el sonido profundo de una respiración que alcanza al Sol,
lo trae a mis pulmones, a mis genes, a la conciencia última de mi ser,
donde habito, donde imagino, donde percibo las trece dimensiones en las que vivo.
Piensa la oscuridad que puede doblegar nuestra paciencia,
acortar el tiempo de lo prometido,
y alejarnos de la fragancia del espíritu de los nuevos tiempos,
sin llegar a saber que apenas se constituye con la fuerza de la espuma,
que ni siquiera se sustenta en el pilar de la quimera,
que sólo cuando la alimentamos con la negación de la luz, crece y se desborda.
Olvida que si la miro al rostro, sin temor alguno, seguro de mí mismo,
se derrumba como un castillo de naipes,
cayendo en brazos de la pura nada, de la absoluta inexistencia.
Habrá que elevar a los cuatro vientos el secreto de su falta de sustento
cuando el brillo de la luz la disuelve, y el amor la mata de hambre,
cada vez que la alegría le hace retorcerse, transida por un dolor que aborrece.
Será entonces, cuando el mundo descubra su talón de Aquiles,
el día en que la especie que acuna a los humanos levantará la cabeza hasta alcanzar las nubes,
y arrojará sobre sus cabezas pétalos de rosas, y sonreirá hasta morirse de gozo.
Ese día surgirá más luminoso que nunca el arco iris:
la pura expresión de la luz al atravesar el cristal de nuestros corazones.



José Antonio Iniesta

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